MONSTRUOS Y NO TAN MONSTRUOS
Tanto en La Parada de los
Monstruos [Tod Browning, 1932] como en El Gran Showman [Michael Gracey, 2017],
a pesar de los 85 años que separan ambas películas, hay un nexo común: los
llamados freaks. Vocablo inglés que viene a decir “raro” o “monstruo”, germen
del posterior “friki”, durante el siglo XIX y parte del XX los circos de
fenómenos o de monstruos se convirtieron en una atracción ambulante que iba de
pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad para mostrar como a veces la naturaleza
hacía de las suyas y convertía a personas normales en excentricidades que
causaban sorpresa, admiración y estupor en los “normales”. Pero tal exhibición
tuvo una doble cara que, precisamente en las dos películas, es reseñado en toda
su crudeza: la de verse marginados en la sociedad, adorados dentro de la carpa
pero rechazados fuera de ella. Presa del monstruo de la discriminación de una
sociedad que incluso entre los de la clase trabajadora se negaban a aceptar
entre los suyos a personas cuyo único crimen fue nacer diferentes, el circo se
convirtió para ellos en su única vía de escape tanto para verse aceptados como
para encontrar una familia y el amor en sus vidas. Condenados a la marginación
y al continuo errar, víctima de un fervor casi religioso (especialmente en las
comunidades y pueblos pequeños, donde la Biblia era más importante que su código
penal), los freaks se vieron ante el abismo de una vida donde sus propias
familias los entregaban al circo para librarse de ellos, debiendo unirse a
otros rechazados para sentirse como seres humanos a pesar de sus diferencias. Y
tanto en el film de Browning (una pieza maestra y polémica desde el día de su
estreno) como en el musical de Gracey, ambas reflejan de manera excepcional
cual es la diferencia entre ser y sentirse realmente un freak: sobretodo en
aquellos que fingen no serlo pero que en su interior vive el monstruo del
racismo y la discriminación.
Nº De Serie: NC/TCM/00784. Escrito Por: The Cineman.
Publicado El: Martes, 16 de enero de 2018.
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