DOS TESTIGOS
Que el cine es un gran contador
de historias es algo ampliamente sabido...si bien depende por entero de la
calidad de la película. Pero incluso el cine en ocasiones puede dejarse algunas
cosas en el tintero, especialmente si o bien no le interesa o bien no lo cree
“cinematográficamente importante” para que aparezca. Y a tal efecto, las
películas medievales han sabido con los años dar una buena muestra de lo
terrible que era vivir en una época donde la religión lo gobernaba todo con
puño de hierro hasta a los reyes (que a fin de cuentas reinaban “por mandato
divino”), y donde la paranoia y la superstición era el pan de cada día. Pero
incluso ellas, desde las de Robin Hood y Juana de Arco [Luc Besson, 1999] a las
biográficas como la de Nostradamus [Roger Christian, 1994] y Braveheart [Mel
Gibson, 1995] (la lista entera es inmensa), a veces se olvidan cosas tan
repugnantes como las ordalías, o lo fácil que era ser pasado por el yugo de la
“Santa Madre Iglesia”. En tanto las primeras ponen los pelos como escarpias por
sus implicaciones (torturas que la Iglesia hacía para ver si alguien era o no
brujo, todas crueles y dolorosas a niveles inimaginables), lo segundo era tan
fácil y a la vez tan siniestro como que dos testigos apoyasen una misma versión
sobre una persona acusada de adorar a Satanás y o de ser practicante de
brujería. Dos personas, sin importar nada más. Eso era todo lo que hacía falta
para condenar a una persona a la horca o a la hoguera (siendo las más de las
veces con intereses monetarios de por medio, previo pago de su importe). Y por
supuesto se lo podían inventar tranquilamente, puesto que a los jueces y
verdugos les daba igual mientras ambos testimonios no tuvieran discrepancias.
Una barbarie que da fe de lo paranoide de una sociedad negra de corazón, que no
mejoró con el tiempo. Con Hitler y McCarthy ya no hacían falta dos personas
para acusar porque si: una era más que suficiente.
Nº De Serie: NC/TCM/00540. Escrito Por: The Cineman.
Publicado El: Jueves, 1 de junio de 2017.
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