PONIENDO LOS PELOS DE PUNTA
A finales de los 90 y durante la
mitad de la primera década del siglo XXI, el mundo fue conmocionado por una
serie de películas procedentes de oriente, en las cuales unos horribles
fantasmas coléricos hacían estragos en el mundo de los vivos. Y la razón de que
La Maldición (Ju-on) [Takashi Shimizu, 2002], Dark Water [Hideo Nakata, 2002],
Llamada Perdida [Takashi Miike, 2003] y el resto de pelis del género asuste
tanto reside en un elemento ajeno al propio cine: la fe. La religión nativa de
Japón es el sintoísmo, una creencia animista que asume los fantasmas y
espíritus (llamados yurei o yokai, dependiendo de sus intenciones) como parte
integrada y natural del mundo. Eso significa que, cuando un director japonés
hace una película de terror, no está solo filmando una película: está contando
una parte de su cultura, en lo que cree de verdad (como si un asturiano rodase
una película sobre trasgus y xanas o un gallego sobre la Santa Compaña, por
poner una comparación facilita). Y precisamente el poseer ese matiz distintivo
es lo que imprime una mayor fuerza a lo que se pretende rodar, de modo que se
vuelve más creíble. Ya no es solo una simple ficción, y ahí también reside el
secreto de que los remakes de USA sobre las películas de terror orientales,
pese a su éxito, fuesen todas meras copias sin alma, en ocasiones muy por
debajo de su original. Más allá de la sangre y la simple masacre como Pesadilla
en Elm Street [Wes Craven, 1984], el cine de terror oriental busca incomodar y
robar la tranquilidad a sus protagonistas, para dejarles en un eterno estado de
pánico. Porque el verdadero terror no es matar por matar (a fin de cuentas, una
vez muerto ya acabó todo; una vía, por cierto, no explorada: la de las víctimas
post-mortem). El auténtico terror es vivir dominado por el miedo y la angustia
cada día de tu vida. Y el cine de terror oriental lo reflejó como nadie.
Precisamente, por creer en ello.
Nº De Serie: NC/TCM/00134. Escrito Por: The Cineman.
Publicado El: Sábado, 6 de agosto de 2016.
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