EL CINE EN 4D, HACE ALGUNOS AÑOS
Fue una especie de experimento que tuvo lugar a primeros de los años 80, y cuyo nombre era tan sugerente como a la vez atractivo: Odorama. A grandes rasgos, el Odorama era una suerte
de cine en cuatro dimensiones que rompía la última barrera existente entre la
película y los propios espectadores que la estaban viendo: la del olor. La idea
era tan simple como efectiva: entregar a los espectadores una serie de sobres
numerados a la entrada del cine y luego, durante la proyección, abrirlos según
éstos fuesen apareciendo en una de las esquinas inferiores de la pantalla. A
pesar de lo atractivo de la idea, lo del Odorama no cuajó por un pequeño
inconveniente: que el contenido del sobre podía ser un olor a rosas...pero
también podría ser el de una mofeta o el de una flatulencia. Y, precisamente,
ese fue el caso de Polyester [John Waters, 1981], una inclasificable comedia
negra con un argumento de lo más alocado que fue el estreno y defunción de un
sistema al que no le faltaba potencial, pero cuyo uso no fue precisamente el
más acertado de todos. Aunque pueda ser espectacular y poseer un aspecto visual
deslumbrante, el cine viene a ser lo mismo que soñar despierto, ya que de forma
natural durante el sueño solo funcionan dos sentidos: vista y oído. Gusto,
olfato y tacto quedan de alguna forma anulados, y ver una película es
exactamente eso: ver, y a lo mucho oír. Pero no se puede tocar, ni degustar, ni
olfatear, limitando así la experiencia de la propia película. Una limitación
cuyo tibio intento de ser superada acabó de agua de borrajas, quedándose en una
mera anécdota poco imitada, salvo en casos muy puntuales como Spy Kids 4: Todo
el Tiempo del Mundo [Robert Rodriguez, 2011] (rebautizándolo como
“Aromascope”). Y pese a que la idea sigue siendo igual de buena, el defecto
sigue siendo el mismo: porque nadie quiere oler ciertas cosas. Sobretodo si son
mofetas o flatulencias.
Nº De Serie: NC/TCM/00126. Escrito Por: The Cineman.
Publicado El: Viernes, 29 de julio de 2016.
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