LA ONDULADA CUALIDAD DEL MAR
Durante muchos años las
películas de aventuras llenaron no solo las pantallas de cine si no también la
imaginación de sus espectadores. Y más exactamente las aventuras marinas, como
El Hidalgo de los Mares [Raoul Walsh, 1951] o las bélicas como Dunquerque
[Leslie Norman, 1958] y hasta las fantásticas como 20000 Leguas de Viaje
Submarino [Richard Fleischer, 1956] tenían un extraño elemento común: el modo
en el que el mar se mueve sobre su superficie. Un detalle principio inocente y
sin mayor trascendencia pero que en su contexto sí que adquiere mayor
relevancia, las ondas que genera el presunto mar por el que navegan barcos,
veleros y submarinos resulta fascinante bien mirada, en especial si se tiene en
cuenta que algunas escenas se rodaban en estudios usando maquetas de gran
tamaño, pero maquetas al fin y el cabo. Y que por tanto, el supuesto océano
solo era una enorme piscina cubierta con la cámara filmando a ras de
superficie. Una técnica que servía para abaratar costes de producción y que
resultaba eficiente e incluso algo creíble en su momento, a la que con los años
se le acabó viendo el plumero y que con la llegada de los ordenadores pasó al
olvido, pero que en el fondo reflejaba una mentalidad y un modo de trabajar
artesanal que, en sus limitaciones, tenía cierto encanto que años posteriores
enviaron al olvido. Y es que, por más flotas enormes de barcos que puedan verse
tipo Troya [Wolfgang Petersen, 2004], el saber que está hecho por ordenador le
elimina ese grado de realismo que le permite al espectador asumirlo como una
realidad física y tangible. A pesar del enorme avance en la era digital, el ser
consciente de ese digitalismo en la película provoca un gran distanciamiento
que desconecta al espectador de lo que está viendo. Porque falta ese algo
especial que no tienen el cine clásico. Incluso sabiendo que en realidad solo
eran maquetas en una enorme piscina.
Nº De Serie: NC/TCM/00604. Escrito Por: The Cineman.
Publicado El: Jueves, 27 de julio de 2017.
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